Tu poder amanece, renace, y siempre bebe de lo que nadie más ve. Siento y vivo bajo tu ala, bajo tu guía y tu buen hacer. En ti descubro cómo volar, cómo caer de pie y cómo despegar casi sin alas. Elijo, con tu ejemplo, entre descender escalones o escalar cumbres, cargado hasta desfallecer, pero siempre con una sonrisa que ofrecerle a este mundo tan aprensivo.
Con tu luz, comprendo cómo probar el alma y mezclarla con la vida misma. Me corrijo sin orgullo por aquello que no hice bien, o por el daño que causé, que, sin saber como, pude haber herido. Lloro, y también me río de mí mismo, mientras que cuido y amo a quienes tengo al lado. Entro y salgo erguido, y me quedo en silencio cuando ya nadie me habla.
Recojo flores en el campo, dejando caer siempre la semilla de la vida para que nunca falte el color en este mundo. Soy capaz de romperlo todo y renovarlo a la velocidad de la luz. En mi corazón cultivo, con tu ejemplo, ese poder inmenso: tu poder, que es magia de amor en un mundo de odio, un arma tan poderosa que con ella todo se puede lograr.
A ti, madre. Mi madre. Hermosa.
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